Es algo muy escuchado últimamente que las personas que nos dedicamos a la educación estamos muy mal pagados y que nuestro trabajo es muy ingrato. Siento la necesidad de relataros algo que desmonta todo ese pensamiento.

Hace unos días hice tutoría con uno de mis alumnos. Se trata de un chico de los que hay hoy en día tantos: familia sana, unida y bien situada y con una vida fácil, tanto que no valora lo afortunado que es. Es el tipo de alumno que no se esfuerza, no atiende, falta a clases cada vez que puede y utiliza excusas tontas para justificarse….

Pues bien, empezamos la tutoría y me cuenta el vuelco tan radical que ha dado su vida.

Mi cara era un poema, no tenía conocimiento de todo lo que le había sucedido durante los meses de verano. 

Su madre y su padre fallecieron en un accidente de coche y él, hijo único, estaba completamente solo. Tenía dificultades para pagar el ciclo y se había tenido que poner a trabajar en uno de esos trabajos que acaban con la salud mental y física de cualquiera por la cantidad de horas de trabajo y el sueldo tan escaso. A la vez estaba estudiando el ciclo y la verdad es que el chaval estaba agotado. 

Yo quería felicitarle en la tutoría porque los resultados de ese trimestre eran muy buenos en comparación con el curso anterior  y me encontré con ese drama.

El chico me explicó que como sabía lo importante que era para sus padres que él sacara el ciclo y llegase a ser  (como ellos decían) un hombre de provecho, estaba poniendo todo su esfuerzo en conseguir titularse.

Le hice ver que el hombre de provecho del que sus padres tanto le hablaban, estaba justo en frente de mí y él con una sonrisa triste se despidió de mí pidiéndome que nuestras tutorías fueran más asiduas. 

¿Por qué hemos de reaccionar cuando la vida nos da un palo tan gordo? ¿Por qué no somos conscientes de que en esta vida hemos de convertirnos en mujeres y hombres recios y “de provecho” más y cuando vivimos una vida regalada? 

¿A qué esperas para coger las riendas de tu vida y buscar tu futuro dando lo mejor de tí mismo?

 En esta profesión donde los docentes sembramos día a día de forma desinteresada, sin esperar poder disfrutar de los frutos de lo sembrado, Dios a veces te recompensa con momentos como ese y eso te da el subidón y la fuerza para continuar en la brecha con la misma ilusión que el primer día. 

Elena Argüelles Salido, CES Juan Pablo II Cádiz.