Dicen que “la primavera, la sangre altera” y así estaban mis alumnos de hace unos años, alterados. Tanto, que decidí tratar con ellos desde mi asignatura el tema del enamoramiento, que por determinados comentarios en clase, sospechaba que les atraía tanto como les repelía, como suele suceder con los temas tabú.

En un principio cuando nombré la palabra amor todo eran risas y comentarios despectivos hacia el sentimiento romántico. Asociaban el amor al sufrimiento y yo quería saber a toda costa por qué mis alumnos tenían un concepto tan erróneo sobre un sentimiento tan maravilloso cuando es correspondido.

 ¿Los motivos?: la desconfianza, el miedo a sufrir una traición y el rechazo al compromiso. 

¿Por qué tantos chicos y chicas huyen de ese sentimiento? 

Probablemente porque nuestros chicos de hoy se han criado en la inmediatez, en conseguir lo que quieren, cuando quieren y sin apenas esfuerzo. Nosotros, los adultos, les hemos quitado de su camino todo obstáculo que pueda perturbarles y las palabras esfuerzo, sacrificio y constancia se las hemos eliminado como si de trampas mortales se trataran. 

El amor es algo que hay que cultivar y cuidar y no desecharlo a la primera de cambio y nuestros chicos no están siendo educados en esa idea. Ellos prefieren lo de “si ya no me sirve, lo cambio” o “si está roto, compro uno nuevo” o mejor aún, 

“para qué cuidarlo si tengo dinero para comprar uno nuevo cuando quiera”.

Se ha convertido en algo más íntimo una conversación con alguien tomando un café que tener relaciones sexuales cualquier noche.

Reflexionemos y cambiemos nuestra forma de educar a nuestros hijos. Que lleguen a cambiar el “En tu casa o en la mía “por un “te invito a un café” y que se vuelva a disfrutar de esos idilios juveniles desinteresados y sencillos que tantas primaveras han comenzado.